El Blog de Guillermo Sheridan
La imposible democracia
Octubre 12, 2012. Publicado en Letras Libres y El Universal de México.
La
resurrección en el discurso del movimiento 132 de la vetusta idea de
“democratizar” las universidades (es decir: que los estudiantes y
trabajadores elijan a los órganos de gobierno y formen parte de ellos)
coincide en el calendario con los problemas que enfrenta hoy la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y que ponen en
evidencia la imposibilidad de tal democracia.
Democratizar una
universidad es subastarla no a los académicamente mejores, sino a los
más astutos políticamente. Ya me he referido en algún libro (Allá en el campus grande,
Tusquets, 2001) a que las universidades que se “democratizaron” en
México hace años (Puebla, Sinaloa) fueron experimentos asombrosamente
fallidos y costosos, no sólo para la ciencia, el pueblo y el erario,
sino hasta para el partido que los ensayó (el comunista): lo único que
se democratizó fue la incompetencia, la politiquería y el descrédito.
Esos
experimentos sirvieron para demostrar que se puede democratizar el
gobierno de una universidad, pero no su competencia académica ni, por
tanto, la función social que debe cumplir. Porque una universidad no
decreta leyes, transmite capacidades; no decreta derechos: le otorga
mérito profesional a quien se lo gana. Quienes juzgan si los ha ganado
son sus profesores, los que transmiten el saber, la imprescindible élite
de los académicos.
Democratizar una universidad contradice que
los académicos poseen el conocimiento que los estudiantes desean. Hay
una jerarquización necesaria y pródiga, la que –apunté recientemente–
José Gaos comparó, reticente, con la que debe regir en un ejército, cuya
democratización conllevaría su instantánea ineficacia. Ahora bien
(anota Gaos) nada hay más disímil que una universidad y un ejército,
salvo en que ambos precisan de una autoridad para lograr su cometido:
una autocracia en el ejército y una aristocracia en las universidades.
Gaos
ya sabe que la palabra “aristocracia” provocará una “sensación de
náusea” a los demócratas y el consiguiente desprecio hacia él por
emplearla. Y lo lamenta, pero se sostiene en que la esencia de la
universidad “entraña la distinción entre el saber de los profesores y la
ignorancia de los estudiantes, sin la cual la enseñanza de estos por
aquellos sería no un contrasentido, sino un sinsentido”. De esa
jerarquía en el aula o el laboratorio deriva la imposibilidad de
desaparecer la jerarquía en la forma de gobierno. Y no que Gaos se
oponga a la participación de los estudiantes en consejos universitarios,
siempre y cuando sean del último año y tengan buenas calificaciones: la
institución debe escuchar su voz, pero no someterse a su voto pues le
parece “peligroso darles poder de decisión en cuestiones que pueden
afectar a sus propios intereses”…
El cada día más zarandeado
experimento de la UACM parece ejemplificar esa crítica del viejo Gaos y
le aporta una experiencia que su carácter “democrático” ya hace inútil.
Gobernada por el interés de “la mayoría” y no el desinterés del
conocimiento, pronosticó que una universidad tal se convertiría en una
imprenta de títulos vacíos de mérito. En la lucha contra la ignorancia,
el profesor perdería contra las exigencias mayoritarias: “la rebaja de
las exigencias académicas, la división y subdivisión de los exámenes
para poder aprobarlos por partes, o supresión de ellos; porcentajes
crecientes de inasistencias sin consecuencias, exámenes extraordinarios
en número indefinido, etc. etc. etc.” Pues sí.
La ficción que
suele acompañar esa “democracia” es, también, conocida: ver en la
universidad una réplica del Estado: una dictadura cuyos estudiantes y
trabajadores son el proletariado ávido de justicia, los empleados de
confianza los traidores de clase, los profesores (si no se solidarizan)
la burguesía aviesa y la rectoría, obviamente, el tirano opresor que
administra el banco del capital. Un tirano al que hay que “tumbar”
ritualmente. Para que se vea quién manda.