Dmitry Shomsky • 21.11.2020 • Haaretz
Traducido por Oded Balaban
En vísperas de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el Dr. Moore Altshuler estableció un paralelo que invita a la reflexión entre Napoleón Bonaparte y Donald Trump (Haaretz, 2.11). Altshuler centró la comparación en un solo punto: La capacidad de estos dos líderes para liberarse de las reglas de la corrección política y tomar medidas decisivas incluso cuando éstas son incompatibles con las mismas reglas.
Sin embargo, esta comparación puede extenderse a otros aspectos políticos e ideológicos.
Napoleón, escribe acertadamente Altshuler, difundió en sus conquistas los valores de la Revolución Francesa. Este dato estaba, de hecho, en la raíz de estos valores, especialmente en el espacio de habla alemana, que Napoleón llegó a dominar a principios del siglo XIX con la velocidad de un rayo. Porque, importados del exterior gracias a las bayonetas de un ejército de ocupación extranjero, los principios de libertad e igualdad se identificaron con una indeseable influencia que amenazaba la libertad y la prosperidad de la nación alemana. La oposición a estos principios comenzó a percibirse, cada vez más, como el factor esencial y fundamental del carácter del patriotismo y del nacionalismo alemán.
Es difícil exagerar las consecuencias catastróficas que tuvo para la historia moderna alemana, europea y mundial, la pérdida de la confianza nacional alemana en los principios de la Revolución Francesa y ello durante más de un siglo después de que Napoleón abandonara el escenario de la historia,. Después de todo, si los seres humanos consideran que la igualdad, la libertad y la justicia universal son hostiles y destructivas para el espíritu de la nación y el interés nacional, entonces la posibilidad de hacer realidad estos principios en la realidad social y política tiende a ser cero.
En la misma medida, si la xenofobia, el nacionalismo y el racismo, se consideran el muro defensivo esencial de una nación contra el daño del espíritu extranjero, son lo suficientemente fuertes como para golpearlos en el corazón de esa nación, y eso es exactamente lo que sucedió en la historia de la nación alemana entre Napoleón y Hitler.
A semejanza de Napoleón, Trump infligió un grave daño a los principios de libertad e igualdad, a los que atacó continuamente durante sus cuatro años como presidente de la potencia más poderosa del mundo, considerada, incluso teóricamente, la clara sucesora histórica de los valores de la Revolución Francesa. Sin embargo, el daño del ataque frontal de Trump a estos principios es incalculablemente menor que los infligidos a esos principios por el “abrazo de oso” mortal que Napoleón les dio en ese momento.
Además, los fenómenos de Trump y el trumpismo pueden tener un efecto dialéctico positivo precisamente en la restauración de los conceptos de humanismo, ilustración y universalidad. Porque, llegando a pararse impotente detrás de la ignorancia y la mentira, el chauvinismo y el racismo, el desprecio por los débiles y la admiración por el poder, Trump ha marcado de manera clara y aguda el límite básico, que se ha ido difuminado en la era posmoderna, entre estas virtudes y valores despreciables, y la búsqueda del conocimiento, la verdad y la justicia, el establecimiento de la dignidad humana y la libertad, y la creencia en la corrección de la sociedad humana. Así, le otorgó a los defensores del humanismo, el liberalismo y la democracia, una oportunidad de oro para agudizar y reafirmar la alternativa ideológica y política al populismo desinhibido.
Aquí, entonces, radica el significado crucial de las recientes elecciones estadounidenses para las infraestructuras existenciales básicas de la moralidad civil y política de la sociedad humana actual. La derrota de Trump les indica a sus seguidores que quienes exhaltan las falsas noticias y pisotean la verdad, defienden la ignorancia, la humillación de los demás y el odio al prójimo, no solo no se beneficia de ello, sino que incluso pueden llegar a ser castigados. De hecho, en nuestro mundo invertido de la posverdad, sería un logro de gran valor. Estamos ante una moderada esperanza de poder superar el legado de Trump con más éxito que el legado de Napoleón.