Das kapital del knowhow
por Ricardo Hausmann
JOHANNESBURGO
– Hace 25 años que el apartheid llegó a su fin, y 23 desde que el
Congreso Nacional Africano asumió el poder en Sudáfrica. Sin embargo,
según informó el presidente Jacob Zuma en su reciente discurso sobre el estado de la nación, el control continúa estando en manos de los blancos del país.
“Los hogares blancos ganan por lo menos cinco
veces más que los negros”, afirmó Zuma, y “solamente el 10% de las 100
empresas más importantes de la Bolsa de Johannesburgo son de propiedad
de sudafricanos negros”. Los blancos todavía representan el 72% de los
altos directivos. El coeficiente Gini, una forma ampliamente utilizada
de medir la desigualdad, no muestra ninguna señal de bajar y continúa
siendo uno de los más altos del mundo.
Estos hechos suceden luego de 14 años de un vigoroso programa de potenciamiento económico de la población negra llamado Black Economic Empowerment o BEE,
que ha creado diversos tipos de incentivos y limitaciones para impulsar
la participación de dicha población en los ámbitos de propiedad,
administración, control, capacitación, adquisiciones y emprendimiento. A
los propietarios de acciones de raza blanca se les exigió vender
acciones a personas negras mediante transacciones que a menudo
estuvieron fuertemente apalancadas y fueron financiadas con fondos
públicos.
No obstante, afirma Zuma, los resultados están
por debajo de la meta que en 1981 fijó el entonces presidente del
Congreso Nacional Africano, Oliver Tambo, quien buscaba lograr la
emancipación económica a través del “retorno
[sic] de la riqueza de la nación al pueblo en su conjunto”. Esta meta
debería lograrse mediante una “transformación económica radical”, lo que
según Zuma significa “un giro fundamental en la estructura, los
sistemas, las instituciones y los patrones de propiedad, administración y
control de la economía a favor de todos los sudafricanos, especialmente
los pobres, la mayoría de los cuales son africanos y mujeres”. El país
necesita enfrentar lo que él y otros han llamado el “capitalismo monopolista blanco”.
Lo que Zuma parece buscar es una radical
redistribución de recursos en la dirección sugerida por Julius Malema,
líder de los Luchadores por la Libertad Económica y admirador del enfoque chavista de Venezuela.
Allí, Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, nacionalizaron
petróleo, acero, cemento, telecomunicaciones, bancos, tierras agrícolas,
empresas lecheras y cadenas de supermercados, e invirtieron en empresas
mixtas para producir automóviles, artículos electrónicos,
electrodomésticos y una miríada de otros bienes. La producción colapsó
en todas estas empresas, y las consecuencias para Venezuela han sido catastróficas.
En un mundo donde la desigualdad es un tema de
gran importancia y el deseo de un cambio radical es profundo, ¿qué se
debería concluir de estas experiencias? ¿Por qué tanto Venezuela como
Sudáfrica no han logrado lo que sus líderes buscaban?
Gran parte del pensamiento que inspiró a Zuma,
Tambo, Chávez y Maduro se remonta a Marx. Para ellos, y también para
algunos intelectuales de hoy, como el economista francés Thomas Pikkety,
el mundo económico consiste en dos sustancias fundamentales: capital y
trabajo. Los propietarios del capital controlan los medios de
producción, lo que les otorga poder sobre la fuerza laboral. La
emancipación, como la llamó Tambo, implica el “retorno de la riqueza del
país” –la propiedad del capital– a sus legítimos propietarios, ya sea
de manera directa o a través de un Estado que los represente.
Sin embargo, el capital, al igual que el
futuro, ya no es lo que era antes. Hoy día se ha transformado en un bien
barato y abundante. Si uno no lo posee, puede arrendarlo.
Las 40 empresas más grandes que participan en la Bolsa de Johannesburgo son predominantemente “de propiedad” de inversores institucionales extranjeros. Otro 12,5% del mercado es “de propiedad” de la Public Investment Corporation of South Africa,
que administra el fondo de pensiones de los empleados públicos. Desde
esta perspectiva, el hecho de que en la actualidad inversores
individuales de raza negra, según Zuma, sean propietarios del 10% del
mercado bursátil, es impresionante, dado que no predominan los
inversores individuales sino los institucionales. No obstante, la
obsesión con la propiedad de capital por parte de los negros, fuera de haber hecho extremadamente ricos a unos pocos plutócratas, no parece estar consiguiendo la “emancipación”.
El problema reside en que la producción no requiere solo de capital y trabajo, sino también de knowhow, un factor de la producción ignorado por Marx y sus seguidores. El knowhow
es la capacidad de realizar tareas específicas. Existe exclusivamente
en los cerebros, y su diversidad, que incluye cocineros, auditores,
plomeros, quiroprácticos y diseñadores de sitios web, es increíble.
El knowhow se
transmite y se acumula de manera lenta, principalmente en el trabajo, a
través de un proceso prolongado de imitación y repetición: se aprende
haciendo. Un aspecto positivo de la política de BEE en Sudáfrica, es que
requiere que las empresas contraten equipos de ejecutivos y
trabajadores de mayor diversidad racial, para permitir que grupos que
alguna vez estuvieron excluidos participen en el proceso de acumulación
de knowhow.
Sin embargo, es imposible crear a un gerente
con 20 años de experiencia de la noche a la mañana. Por muy radical que
sea la transformación que se desea lograr, el knowhow no se puede expropiar ni nacionalizar. Tampoco se lo puede extraer, como los dientes, de los cerebros que lo poseen.
Pero, el knowhow
puede ser despedido, como lo hizo Chávez con 300.000 personas de
experiencia en la industria petrolera en 2003. También puede ser
ahuyentado, como ha sucedido con más de 500.000 personas de raza blanca
en Sudáfrica. Y, se puede impedir su ingreso, por ejemplo, a través de
las estrictas políticas migratorias y laborales de dicho país.
Cuando se rechaza el knowhow,
la producción colapsa, como sucedió en Venezuela y en Zimbabue. El
problema no solo afecta a las empresas que existen, sino también a las
que no existen, ya sea porque nunca fueron creadas o porque no lograron
crecer (de haberlo hecho, en Sudáfrica no faltarían los nueve millones
de empleos que la gente anda buscando).
Sudáfrica corre el riesgo de seguir los pasos
de Zimbabue, Venezuela y Argelia, donde gobiernos revolucionarios o post
independencia heredaron un stock de knowhow ubicado en los cerebros de personas que tal vez no eran del agrado de los nuevos líderes. El knowhow
se usa o se pierde; y el intento de lograr una “transformación radical”
implicó perderlo, mediante la emigración y la exclusión. En el proceso,
el knowhow se hizo más escaso, con lo
cual su precio aumentó y la sociedad se volvió más pobre y también más
desigual. La tentativa de “retornar la riqueza al pueblo” terminó por
empobrecerlo.
La alternativa es superar las divisiones del
pasado creando una nueva y más inclusiva definición del “nosotros”, que
reconozca la contribución potencial del knowhow
existente, en los cerebros en que existe, y que asegure que este se
puede traspasar a un segmento más amplio de la sociedad a través del
tiempo. En última instancia, la cuestión es si Sudáfrica, al igual que
Zimbabue, se considera una nación africana de población negra con unas
pocas impurezas, o la “nación arco iris” que promovió Nelson Mandela, un país más fuerte porque aprovecha su knowhow y celebra su diversidad.
***
Traducción del inglés de Ana María Velasco
Ricardo
Hausmann, ex Ministro de Planificación de Venezuela y ex Economista
Jefe del Banco Inter-Americano de Desarrollo, es Director del Center for
International Development at Harvard University y profesor de economía
del Harvard Kennedy School.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
www.project-syndicate.org
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