sábado, 20 de agosto de 2011

LAS SORPRENDENTES REVUELTAS DE LONDRES





LAS SORPRENDENTES REVUELTAS DE LONDRES

Definitivamente, el año de 2011 parece decidido a no darnos respiro. En el marco de una crisis financiera y económica global de repercusiones todavía impredecibles, la actualidad política se ha poblado de estridencias desde los primeros días del año y no parece detenerse de depararnos sorpresas.
Apenas han pasado 8 meses del calendario y una rapidísima revisión de la actualidad muestra que hemos asistido a sublevaciones en más de media docena de países árabes, a la caída de algunos de esos regímenes, al endurecimiento represivo de otros y a la aparición de una, hasta entonces, más que improbable guerra en Libia. En esas estábamos cuando nos despertamos en medio de dos catástrofes: el terremoto, tsunami y desastre nuclear de Fukushima y el insólito asunto del ex Director Gerente del FMI, y ahora frustrado candidato a presidente de Francia, Dominique Strauss Kahn, que resignó la herencia de Luis XIV, de Napoleón y de De Gaulle, por un apresurado amorío de motel. Casi inmediatamente intentamos reaccionar racionalmente ante el horrendo atentado de Oslo y, en medio de ese trance, se desataron movilizaciones estudiantiles en gran escala (y cada vez más populares) en Santiago de Chile. Todo ello, faltaba más, sucedía al tiempo que la Plaza del Sol de Madrid se mantenía poblaba de “indignados” hijos de la debacle electoral del PSOE y de la falta de credibilidad de un PP que parece haber aburrido a la ciudadanía antes de concretar su previsible triunfo. Hace dos semanas, ”coup de théâtre: los difusos reclamos de los indignados españoles reaparecían, ahora, en el más improbable de los países. Parte importante de la población israelí, inspirada por la hispánica ”indignación”, decide plantar sus tiendas frente al ”establishment” político. En plena ardua digestión estábamos de tanta novedad, cuando la sempiterna flema británica se tornó en vandalismo tercermundista y ardió Londres cual vulgar y nada homérica Troya. Con este último estallido parecen ser ya demasiadas las noticias que se apiñan en las mesas de las redacciones, en las puertas de las agencias o en los “teleprompters“ de los canales televisivos. 
Sabemos que el tiempo histórico no se desenvuelve nunca con la regularidad gráfica y la monotonía cromática de la ”línea del tiempo” que nuestra maestra nos impusiese, cuando escolares.  Sospechábamos que, si línea histórica había que esquematizara el devenir social, ella se parecería al electrocardiograma de alguien en proceso de infarto. Pero nos quedamos cortos…un grafismo de los acontecimientos internacionales de los ocho meses de 2011, quizás sólo pueda asemejarse al trazado de los sismógrafos japoneses, el 11 de marzo, cerca del arriba aludido Fukushima.
En cualquier caso, y con la esperanza de poder enviar este editorial antes de que un nuevo evento “de actualidad” requiera nuestra atención, intentemos entender que pasó en Londres y otras ciudades entre los días 6  y 9  de agosto. Los acontecimientos son de todos conocidos por lo que nos ahorramos las descripciones sobre el aquelarre en cuestión.
En realidad, los efectos políticos significativos comenzaron con el discurso que el primer ministro, James Cameron, sostuviese antes los Comunes el jueves 11 en una reacción particularmente lenta de un sistema político que hasta ese momento estaba, esencialmente, de vacaciones. Lo hizo con un discurso muy firme, razonado, y centralmente destinado a enviar la señal de que el principio de orden que debía quedar ostensiblemente restablecido. Cameron tuvo que intervenir públicamente en el tema esencialmente por dos razones realmente urgentes que ponían en cuestión el orden social y la autoridad del gobierno. La primera era que los ciudadanos comunes y corrientes, y algunas comunidades étnicas, estaban comenzando a organizarse y armarse. La segunda, no menos urgente, fue la aparición, en el seno de la policía, de un profundo malestar para con el sistema político resultado de la concurrencia de tres elementos: el mal desempeño de la policía durante los disturbios, las críticas un tanto desmesuradas a dicha actuación efectuadas por la ministra del Interior y el malhumor preexistente en la fuerza policial por los recortes presupuestales decididos un año atrás por el entonces nuevo gobierno.
Este primer discurso de Cameron es peculiar porque en realidad está construido para eliminar el concepto de que los disturbios tienen su raíz en un problema social. Aunque puede no haber  gustado a muchos, el eje del planteo es que las revueltas acontecidas no corresponden ni a un problema social, ni a un problema racial ni a un problema de minorías (del tipo de que fuesen) “segregadas” o “marginadas”. Para Cameron es un problema de delincuencia (se refiere a “gangs” o “bandas”) y remite esta delincuencia a un problema de orden cultural.
En el discurso Cameron argumenta esencialmente lo siguiente:
1.- Entre los detenidos (unos 1200 el viernes 12) hay tanto ingleses como inmigrantes, hombres y mujeres, gente de todos los credos y razas y no hay una mayoría de desempleados o de marginados.
2.- Por el contrario hay funcionarios de la educación pública, diseñadores gráficos, empleados del correo, choferes y todo tipo de trabajadores regularmente empleados. Es más, por las direcciones proporcionadas por los detenidos a la justicia, hay habitantes de barrios de clase media y clase media alta entre los detenidos. Cameron remacha su razonamiento: ningún supermercado de alimentos fue atacado y los comercios devastados son tiendas de artículos electrónicos, tiendas de ropa deportiva, despachos de alcohol y hasta tiendas de anticuarios.
3.- En realidad hay una sola dimensión que comparte claramente la mayoría de los detenidos: en muy alta proporción los individuos que están siendo sometidos a la justicia por los disturbios, son jóvenes.
Desde luego que no vamos a creerle al Primer Ministro a pie juntillas, pero es necesario admitir que su argumentación inicial es sólida y, aunque el tono es firme, no es un simple llamado a la represión y a “la mano dura” para restablecer el “orden”, que es lo que suele suceder en estos casos desde el discurso conservador.
En los días inmediatamente subsiguientes al mencionado discurso, lo que empezó a quedar claro fue, en primer lugar, que la policía gozaba de mucho mejor imagen entre la población que el gobierno y los políticos, por lo que, el discurso de crítica a la actuación policial, hubo de ser rápidamente matizado por las autoridades.
Al mismo tiempo, en una entrevista en el Sunday Telegraph del 14 de agosto,  en un discurso del 15 y en su visita del 16 a Tottenham, Cameron hubo de matizar y “reformatear“ el aparato conceptual de su primer discurso. Aunque volvió sobre la necesidad de utilizar el criterio de ”tolerancia cero” para con los participantes de los disturbios, comenzó a conceder lo que, tanto teórica como políticamente, iba a terminar por plantearse: la idea de que, en el fondo, el problema que está detrás de los disturbios ES UN PROBLEMA SOCIAL, porque la delincuencia basada en falencias culturales o morales (este término aparece recién el 14 y 15 de agosto) constituye, también, un problema social.
Puede tener razón Cameron en que los disturbios no se explican sólo por un problema de pobreza, de marginación, de desempleo, de fragmentación comunitarista de la sociedad (en realidad fue sorprendente el apego de las comunidades étnicas a la defensa del orden ciudadano) o de tensiones raciales, culturales o religiosas. Pero lo que no puede negar es que está enfrentado a un problema social, no en el sentido tradicional que el discurso popular, populista y/o populachero asigna al término, pero no deja de ser un problema social que jóvenes trabajadores, ciudadanos supuestamente  integrados a la sociedad británica, decidan incendiar tiendas para hacerse de un IPhone o de un plasma, o llenar su automóvil de licores y habanos importados recién saqueados y rumbear para su casa de clase media u optar por ampliar y renovar el equipamiento deportivo de marca por la vía del robo de la tienda preferida. Esto es algo nuevo y, ese algo nuevo, no está bien. Por eso Cameron apunta correctamente cuando declara que ”…es necesario atacar la decadencia moral de la sociedad británica”.
Esta decadencia es un “problema social de nuevo tipo“ que, efectivamente, tiene sus raíces en la desaparición o el debilitamiento de una cultura ciudadana que siempre se basó, a la vez, en el respeto a los derechos de los otros ciudadanos y en el respeto del orden social general. Una difuminación del respeto a la propiedad, (que, también, es respeto del otro), un debilitamiento del lazo entre esfuerzo, trabajo y obtención de bienes y la sospecha de que estamos ante una población  cuyo proceso de socialización está perturbado o mal acaecido, son todas formas de darle contenido a la expresión de Cameron sobre ”…la decadencia moral de la sociedad británica”.
Sería importante que el primer ministro, al mismo tiempo que tan atinadamente reivindica una vuelta a la ética ciudadana y a la moral para los delincuentes participantes de las 4 noches fatídicas de desmanes, convocase también, para la misma cruzada, por ejemplo, a Rupert Murdoch y sus secuaces de “News of the World”, de ”The Sun” y similares, o también, porqué no, a un buen número de dirigentes financieros de la “City“ de Londres, que tan mal papel vienen haciendo en el manejo de las inversiones de sus clientes y tanto han logrado incrementar, al mismo tiempo, sus fortunas personales. La incontrovertible convocatoria del primer ministro encontraría mucho más eco y resonaría como mucho más convincente.